jueves, 16 de octubre de 2008

Cinco niveles hermenéuticos


Maritza M. Buendía


Paul Ricoeur centra tres zonas de emergencia del símbolo: la cósmica, la onírica y la poética. Según Gloria Prado, el discurso poético es en sí mismo simbólico y en él convergen las otras dos zonas de emergencia, aunque no siempre se den de manera evidente ni simultánea.
Tomando en cuenta que “el sueño es la mitología privada del durmiente y el mito el sueño despierto de los pueblos”,[1] el análisis del sueño es una herramienta que ayuda a mejor conocernos. El que sueña, una vez despierto, trata de llevar a las palabras eso que ha soñado, produce así un relato de su sueño que no es el sueño en sí, pues su relato está empañado por la autocensura. El objetivo del analista es revelar el deseo del soñante oculto en su relato a través de la producción de un segundo texto.
En el discurso poético sucede algo semejante: el escritor elabora una obra y, a partir de ella, el intérprete fabrica un segundo texto cuyo objetivo es revelar el deseo del escritor. Además, si se considera que la fantasía es un sueño diurno, se obtiene el umbral de la literatura. En consecuencia, se puede ver a los cuentos (a la literatura en sí) como a los sueños diurnos de un pueblo, cuentos que revelan los deseos de ese pueblo, su fantasía.
El relato del sueño y el relato literario son análogos: ambos se sustentan en la oposición de dos interpretaciones (la del significado literal que conduce al excedente de sentido), ambos comparten una dimensión lingüística que permite elaborar una semántica de los símbolos y una dimensión no lingüística que “se refiere intencionalmente a alguna otra cosa”.[2] Intención provocada por el autor. Referencia que se desprende de la obra.
Prado expone cómo Ricoeur plantea el problema de lo cósmico en relación con el mito y lo sagrado, cuestión que abordan los fenomenólogos de la religión. La estructura mítica busca fijar la compenetración entre el hombre, el culto y el mito con “la totalidad del ser”.

Pero (…) de qué manera expresa el mito esa plenitud, ya que dicha intuición de un “complejo cósmico” del que el hombre sería parte integral y esa “plenitud indivisa anterior a la escisión de lo sobrenatural, de lo natural y de lo humano”, no son realidades expresadas sino sólo apuntadas (…) El mito exclusivamente reconstruye esa cierta integridad en el plano intencional, y debido a que realmente la perdió, por eso el hombre se vale del rito y del mito en su nostalgia por volverla a tener (…)[3]

Se entiende que lo sagrado es algo “flotante” que se avista en los mitos y en los ritos, también en la fábula, en el cuento; la fábula es la “defensa contra la angustia” que experimenta el hombre separado ya de lo sobrenatural, de lo natural y de lo humano. “El mito se nos presenta siempre en forma de relato”,[4] de ahí que se asemeje al cuento: ambos son capaces de desplegar los signos de lo sagrado (tiempo, espacio, fiesta, etcétera). Más aún: si acudimos a los mitos o a los cuentos que abordan la simbólica del mal, “veremos que a través de su función simbólica descubren y manifiestan el lazo que une al hombre con lo sagrado”.[5]
Una vez expuesto el plano de coincidencia entre lo cósmico y lo onírico al interior del discurso poético, en las siguientes entregas se buscará la textura simbólica de tres cuentos de García Ponce y tres cuentos de Arredondo. Para ello, se seguirá la ruta de cinco niveles que propone Prado como metodología hermenéutica. “Y si comprender, es, como dice Ortega y Gasset, un acto de amor, será también un encuentro amoroso el que de esta manera se realice”.[6]
El cortejo comienza por un primer nivel que ubica el texto literal o manifiesto, “saber lo que se dice y cómo se dice”.[7] En “Retrato” el narrador se enamora de Camila, quien termina asesinando a la esposa del narrador; en “El gato” una pareja decide introducir a un gato en sus juegos eróticos; en “Rito”, Arturo cede a su pareja a otro mientras él se dedica a contemplar; “Wanda” es la descripción de los sueños de Raúl; “Olga” es la historia de amor entre Olga y Manuel; en “Mariana” se describe la relación amorosa entre Mariana y Fernando.
Vistos así, los cuentos se reducen sorpresivamente al mínimo argumento. No obstante, un segundo nivel exige una interpretación de lo anterior: “interpretar, a través del texto manifiesto, lo que se dice de manera implícita o evocada”.[8] Obtener el contenido latente es descubrir que “Retrato” es el texto donde se busca fijar el prototipo de la belleza femenina, es ver a “El gato” como la iniciación del voyeur y a “Rito” como la condensación de los elementos del voyeurismo: belleza, rito, sacrificio, ceremonia y espectáculo. Extraer el contenido latente en “Wanda” es determinar la construcción de la belleza en los personajes femeninos de Arredondo; es sostener que “Olga” es la búsqueda de un amor absoluto y su consecuente fracaso, donde el beso es el rito que marca los cambios en la historia y, al igual que el grito, es el registro que aspira a lo sagrado; es afirmar que en “Mariana” se ambiciona una historia absoluta y, para ello, se relata una historia violenta: el beso ritual y el grito que hace estallar a sus protagonistas y que los disuelve.
En el tercer nivel es indispensable “reflexionar sobre la interpretación hecha de lo interpretado y sobre lo mismo interpretado. Texto manifiesto y contenido latente”.[9] Reflexionar aquí es darse cuenta de que la presentación de tales elementos no es gratuita. Por el contrario, su conformación y su desarrollo obedece a la elaboración de una poética del voyeur y de una poética del amor.
El cuarto nivel busca apropiarse de la reflexión: “asumir la reflexión propia sobre la interpretación realizada y lo interpretado”.[10] En la apropiación, el intérprete y lo interpretado quedan a un mismo nivel: “hago ‘propio’ lo que ha dejado de ser mío (…), la apropiación significa que la situación inicial de donde procede la reflexión es ‘el olvido’; estoy perdido (…) entre los objetos y separado del centro de mi existencia”.[11] Es encontrar que, como poéticas que aspiran a lo sagrado, como poéticas que se ritualizan en la disposición de sus elementos conformadores, invocan la presencia de un mito: el de Diana y Acteón, el de Eros y Psiquis.
Por último, un quinto nivel es la “referencia de la reflexión hermenéutica a la autorreflexión, a la autocomprensión y a la comprensión de la circunstancia propia”.[12] Es el paso del “saber” al “comprender”, esclarecer las respuestas que habitan en el texto por medio de las preguntas: ¿cómo se lee el mundo a través del erotismo que se desprende de los textos de García Ponce y de Arredondo?, ¿cómo me incorporo a esa lectura y cómo leo mi mundo a partir de ella?, ¿cómo lo comprendo?

[1] Ricoeur, Paul, Freud: una interpretación de la cultura, Siglo XXI, México, p. 9.
[2] Prado, Gloria, Creación, recepción y efecto. Una aproximación hermenéutica a la obra literaria, Diana, México, 1992, p. 49.
[3] Idem, p. 103.
[4] Idem, p. 104.
[5] Idem, p. 107.
[6] Idem, p. 26.
[7] Idem, p. 34.
[8] Ibidem.
[9] Ibidem.
[10] Ibidem.
[11] Ricoeur, Paul, op cit, p. 43.
[12] Ibidem.

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